martes, 12 de octubre de 2010

Recuerdo junto a un árbol

En la Patagonia, en la zona de los siete lagos, un hombre llamado X es el cuidador del camping que esta junto al lago Traful. X vive solo en una pequeña casita de madera, el camping es agreste y no hay baños ni electricidad. La familia de X es de origen mapuche y él pasó en los campos de la zona casi toda su vida.

X se levantó enfermo una mañana de Agosto en que el camping estaba vacío, su cabeza giraba y al parecer tenía fiebre. Aunque en la casa había un botiquín de primeros auxilios con medicamentos, X no confiaba en la medicina tradicional. La temperatura corporal subió hasta el extremo al remontar la tarde, y a eso de las 7, mala hora para la fiebre, X recordó entre delirios un árbol hueco donde había guardado algo muchos años atrás. Por algún motivo, no podía recordar cuál era el tesoro que ahí se escondía, pero frente a sus ojos afiebrados, se dibujaba con claridad la figura del árbol, y algo en su corazón le indicaba que lo que allí dentro había era de una importancia crucial para él.

Temblando, se levantó de su cama y se vistió, las gotas de transpiración removían la tierra de su rostro dibujando surcos. Afuera hacía un frío seco y azul, los sonidos se oían diferentes y el ruido de las hojas secas chocando en las copas de los árboles le daba dolor de cabeza. Era un sonido agonizante, que parecía iba a dar paso al silencio de un momento a otro, pero a cada ráfaga, se hacía más intenso y más agonizante.

X sabía que el árbol hueco se encontraba unos cinco kilómetros al norte de la tranquera que había en la entrada del camping, junto a un camino angosto de tierra. Ya no se veía la luz del sol, pero X se sentía mucho más cómodo y seguro bajo las estrellas, y cuando el viento cambiaba, traía un ruido como de agua que venía desde el lago.

La caminata fue más larga de lo normal, a cada paso, el mareo y la fiebre parecían aumentar. Por momentos, X no recordaba adónde iba ni que hacía, pero inmediatamente venía a su cabeza la imagen del árbol hueco y su inexpugnable misterio. Había algo que lo inquietaba, no era posible que no recordara lo que él mismo había guardado ahí años atrás. Era como si esos momentos pertenecieran a otra vida.

Pero otros recuerdos acudieron a la memoria de X que en sus años de juventud, había frecuentado esos mismos caminos, y una calurosa noche de primavera, se había detenido en ese mismo lugar, junto al árbol hueco. No estaba solo en ese entonces, lo acompañaba la mujer con la que había soñado toda su vida, desde el día mismo de su nacimiento, y con la que todavía soñaba. Ella era una niña, fresca, divertida. Su risa sencilla pero profunda hacía que X intentara lo imposible por recordarla, pero el rostro de la muchacha había sido borrado por el tiempo. Aquella noche, junto al camino de tierra, estuvieron sentados en silencio frente a frente durante un momento que X soñaba eterno. Al parecer se habían besado, aunque a veces, X dudaba de la nitidez de sus recuerdos.

Finalmente, el momento de la llegada al lugar del árbol es borroso y se desvanece como una nube en una noche de viento. X despierta y está sentado con su espalda apoyada contra el árbol hueco, serían ya las tres de la madrugada. La fiebre había bajado y sin cerrar los ojos, X tuvo una visión casi perfecta de los rasgos de una mujer joven que sonreía. Le sonreía a él. Dentro del árbol no había nada, pero X sentía que su búsqueda había finalizado.

Esa noche marcaría a fuego lo que le quedaba por vivir, ya que después, vendrían otras noches de recuerdos volátiles, que serían solo recuerdos de imágenes, recreaciones mentales. Recuerdos de recuerdos. Como si las noches se fueran metiendo unas dentro de otras eternamente, hasta que los rostros vuelvan a tornarse borrosos, hasta que cada recuerdo fuera un espejo que se refleja a sí mismo, hasta que ya sea imposible de contar cuántas noches caben en una noche.

No hay comentarios: