martes, 7 de septiembre de 2010

La Señal

Un hombre con rostro inexpresivo estaba sentado en la orilla de un río con sus pensamientos perdidos a kilómetros de distancia, su soledad hacía eco en el silencio de la tarde. Una tarde que no estaba destinada a ser una más en la tortuosa monotonía de su existir.
La señal llegó tan pronto como el sol se ocultó detrás de los negros nubarrones que cubrieron el cielo, y la lluvia, furiosa, comenzó a descargarse sobre el río encrespado. El hombre percibió la señal e inmediatamente comprendió su destino, ya nada podría cambiar su suerte. Su vida había sido un trágico devenir hacia ese instante macabro.

Cuando era niño y el mundo era todavía un lugar alegre, su padre, el hombre sabio por excelencia, había disertado sobre la vida en innumerables ocasiones, pero los recuerdos eran mezquinos y solo unas pocas frases podían aun oírse en la distancia de los años.
La seguridad de haber vivido mal lo acosaba y le quitaba el sueño. Hay hombres que viven naciendo constantemente y hay otros que viven muriendo desde el primer día, decía su padre, y él, sentía que había muerto un poco cada día de su vida.

Cuando su padre murió, él no era más que un adolescente que se estaba quedando solo en el mundo. Un hombre gris que decía ser amigo de su padre se acercó el día del entierro para presentar sus respetos al difunto, y como un extraño gesto de compasión hacia el huérfano, le ofreció elegir un poder que lo acompañaría por el resto de su vida.
El joven, aturdido por su desgracia, no supo elegir. Sin dudarlo, y aun con lágrimas en los ojos, pidió tener el poder de saber cuándo y cómo moriría la gente.

Los años pasaron y el joven se convirtió en adulto solo para darse cuenta de su error. Conocer el destino fatal de todos los que lo rodeaban, incluyéndolo, había convertido a los seres humanos en muertos vivientes para él, que lentamente se fue alejando de ellos.


Esa tarde, en el río, la tormenta llevaba ya varias horas, pero el hombre seguía sentado inmóvil junto a la orilla, estoico, empapado y con sus ropas salpicadas de lodo. Finalmente, las paredes del río colapsaron arrastrando una violenta marea de barro, y entre los remolinos cargados de ramas de la crecida, flotaba también el cuerpo sin vida de un hombre que durante años, había esperado a la muerte en el mismo lugar.

1 comentario:

Gabriel dijo...

Muy bueno!
Me gusto.