martes, 7 de septiembre de 2010

Pesada herencia

Los muros de la arcaica ciudad se levantan soberbios sobre la arena caliente del desierto. Un hombre maldito, bajo el artero abrigo de la noche, parece querer evadir la cruel batalla que se avecina, escapando por los sinuosos caminos de la cobardía.

De pronto, un luminoso estallido en la lejanía lo toma por sorpresa, como advirtiéndolo, como si la mente de su padre guerrero se hubiera materializado en un huracán. El hombre, abrumado por los giros de su suerte, entiende que es inútil perseverar, y lentamente inventa un camino de regreso.


Las horas caprichosas pasan y luego del rocío, el sol, magnánimo, extiende su fulgor por el desierto. Las puertas de la ciudad están cerradas por protección, y a la sombra de sus columnas, los guardias espían al fugitivo en su parsimonioso llegar.
No hay tiempo para conjeturas ni advertencias, el guardia en su insaciable sed de sangre, imagina al cobarde un enemigo y cortésmente lo atraviesa con su pesada lanza.

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