domingo, 13 de febrero de 2011

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Afiches húmedos y reblandecidos colgaban desprolijos tapando la podredumbre de las paredes. Montones de basura se acumulaban en cada vereda atrayendo nubes de insectos y el hollín se posaba en todos lados formando una triste capa gris sobre los muros. El cielo apenas dejaba adivinar que eran las cuatro de la tarde. Habían pasado cinco años de mi ausencia, cinco años sin que se sepa nada de mí, había estado en el limbo, inconsciente, muerto.

Con paso cansino, llegue hasta la puerta y la abrí con las mismas llaves que había usado la última vez. La cocina estaba igual, mi madre, en camisón, estaba sentada mirando televisión. Quizás en cinco años la curvatura de su espalda se había vuelto bastante más pronunciada, y su mandíbula parecía ahora descolocada, como si le hubieran hecho una lobotomía. Mi entrada no generó ninguna reacción en ella. La cocina estaba sucia, pero no era una suciedad temporal, de esas que dan vida a un hogar. Era una suciedad profunda, una suciedad desgarradora que dejaba entrever abandono y soledad.

El frio era angustiante aunque las hornallas estaban encendidas. Había olor a gas y el volumen de la TV estaba al máximo. Una mujer gritaba en un programa de la tarde, al parecer su marido la había golpeado y ahora se había marchado con sus hijos. Mi madre observaba atónita, conmovida, con un gesto estático, casi en trance. La llegada de la tanda publicitaria no generó un solo cambio en su postura.

Salí de la cocina y me dirigí al patio, alguien había estado acumulando basura y trastos. En el centro del lugar, había un cuadro de bicicleta oxidado, esqueletos de sillas sin asiento y sin respaldo, marcos de ventanas, pedazos de madera podrida, restos de plásticos y un tubo de luz roto. Fui hasta el fondo y corrí la enredadera, palpé atrás del cantero y ahí estaba la cajita naranja, tal como yo la había dejado cinco años atrás el día que me entregué a la policía.

Entré, crucé la cocina y observé a mi madre una vez más antes de salir a la calle y tomar un colectivo cualquiera. Bajé media hora después en un barrio extraño, frente a una casa de artículos para el hogar. Me acerqué al mostrador y en un solo movimiento saqué el arma cargada de la caja naranja y encañoné al encargado del local.